ICELAND
Outside the Arctic Circle
(Texto en Español debajo)
Finding beauty in the dark, hopelessness in the light, confusion in the distance (and in the nearness too).
Far away at the juncture of the North Atlantic and the Arctic Ocean. Right in between the mixture of warm waters of the oceanic gyre and those of melted glacial ice. At the meeting of continents, where the North American and Eurasian plates face each other with only 200m of fissure apart. Right there I observed, 200m away, how that fissure also grew between us. It grew two centimeters a year, just like with the plates. From the friendly Balkans to the warm Caribbean we ended up landing in a sub-arctic climate.
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And just as in that climate we had long winters, usually cold; and we had mild summers too, but they were just too short. We shouldn't have landed there, but we did. We landed south of the Arctic circle, we came to the land of earthquakes and volcanic eruptions. The difference is that there, the eruptions occur every three years, at a more paused pace. On the contrary, our geology was more of an effusive volcanism, with explosions of geysers and lava fields. But what is light without darkness? Adapting to the unusual seasons (very characteristic of that place), we coexisted with whole days of nights, without seeing a trace of the sun. And similar to the Mid-Atlantic mountain range in which we were standing, where the oceanic crust expands and forms a new oceanic crust, we also experienced the magnificence of the northern lights illuminating that darkness, our darkness, with its majestic colors. Those seductive polar lights distracted me from realizing that auroras only form according to the amount of acceleration that is transmitted to precipitating particles.
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So in that land of cold and sublime beauty, with our peculiar geographical relief of highs and lows as in the Icelandic mountains, we swam in a sway that was sometimes as deep as its lakes and sometimes as warm as its geothermal waters. We entered those long and narrow steep paths like the one on its fjords, taking care of not falling from its surrounding cliffs.
But we fell. We fell as fast as the Gullfoss waterfalls fall from its cliffs. Our waters fed the glacial rivers like those that flow into Jökulsárlón, the lagoon of icebergs. And as in that landscape, now we can only see that ghostly procession of luminous blue icebergs; shiny icebergs that taught me to see, the light in the dark.
Fuera del Círculo Ártico
Encontrar belleza en la obscuridad, desesperanza en la luz, confusión en la lejanía (y en la cercanía también).
Allá en la coyuntura del Atlántico Norte y el Océano Ártico; en esa mezcla de cálidas aguas del giro oceánico con las del hielo glacial derretido. En el encuentro de continentes, donde las placas de Norteamérica y Eurasia se miran una a la otra a sólo 200m de fisura de distancia. Ahí observé, a 200m de distancia, como esa fisura crecía entre nosotros dos centímetros al año, tal como entre las placas. De lo afable de los Balcanes, a lo cálido del Caribe terminamos aterrizando en un clima subártico.
Y como en ese clima, tuvimos inviernos largos, usualmente fríos, y veranos templados, pero eso sí, cortos. No debimos de haber aterrizado ahí. Pero ahí, al sur del círculo Ártico, llegamos a la tierra de terremotos y erupciones volcánicas. Sólo que ahí, las erupciones ocurren cada tres años, en un ritmo más pausado. Por el contrario, nuestra geología fue aquella de un volcanismo efusivo, con explosiones de geiseres y campos de lava. ¿Pero que es de la luz sin la oscuridad? Adaptándonos a las inusuales estaciones, muy características de ahí, coexistimos con días enteros de noches, sin ver un rastro de sol. Y semejante a la cordillera del Atlántico Medio en la que estábamos parados, donde la corteza oceánica se expande y forma una nueva corteza oceánica, vivimos también la magnificencia de auroras boreales iluminando con sus colores esa obscuridad. Esas seductoras luces polares me distrajeron de advertir que las auroras sólo se forman según la cantidad de aceleración que es transmitida a partículas que se precipitan.
Así que, en esa tierra de fría y sublime belleza, con nuestro peculiar relieve de altas y bajas como el de sus montañas, nadamos en un vaivén a veces tan profundo como el de sus lagos y otras tantas tan cálido como el de sus aguas geotermales. Nos adentramos en esos largos y estrechos caminos empinados como el de sus fiordos, cuidándonos de no caer de sus acantilados que los rodeaban.
Pero caímos. Caímos tan rápido como las cascadas de Gullfoss y nuestras aguas alimentaron los ríos glaciares como aquellos que desembocan en Jökulsárlón, la laguna de los témpanos de hielo. Y como en ese paisaje, ahora sólo se ve esa procesión fantasmal de luminosos icebergs azules. Luminosos icebergs que me enseñaron a ver, la luz en la oscuridad.